Lanata
tuvo como principal accionista de su emprendimiento periodístico Página
12, a Gorriarán Merlo. En el diario Crítica estuvo asociado con Antonio
Mata del grupo Marsans, que llevó a la quiebra
a Aerolíneas Argentinas. Para su revista Ego y el sitio Data54 tuvo
financiamiento secreto de la Secretaría de Inteligencia del Estado (ex
Side), en momentos
en que estaba a cargo del radical Fernando De Santibañez. Hoy funge como
periodista independiente estrella del grupo Clarín que "utilizó el
aparato terrorista del Estado para obtener beneficios económicos", como
lo fue Papel Prensa bajo tortura, y ahora
es denunciado de haber contratado para sus investigaciones periodísticas
al genocida Vergés, ex capitán del ejército encargado del campo de
concentración y exterminio La Perla y acusado de de múltiples
asesinatos, entre ellos los de las familias Pujadas y Vaca Narvaja.
“Trabajé
cuatro meses para Lanata haciendo investigaciones que me pedía”
El
convicto capitán retirado Héctor Vergés, quien cumple condena de prisión por
delitos de lesa humanidad, reveló que trabajó para el periodista realizando
“investigaciones e incluso algún reportaje bastante liviano que me pedía”.
Durante
una entrevista exclusiva concedida a Télam en el penal de máxima seguridad de
Marcos Paz, donde habló de distintos temas, el represor, que se encuentra
purgando una condena de 23 años de cárcel por el secuestro y desaparición de
Javier Coccoz y Julio Gallego Soto, y por el secuestro de la esposa del
primero, Cristina Zamponi, contó algunos detalles de su relación con el mundo
periodístico.
En la
misa charla Vergez dijo que en los años noventa, después de publicar el libro
‘Soy Vargas’ (uno de los alias que utilizaba para cometer sus tropelías) fue
convocado por el periodista Jorge Lanata.
“Trabajé
directamente para Lanata, que me llamaba por teléfono para pedirme
investigaciones e incluso algún reportaje bastante liviano”, relató, y luego
detalló que “lo que más le interesó fue una investigación que hice sobre un
director de ATC que en su momento había puesto Menem, uno flaco alto, pero
ahora mismo no recuerdo su nombre”, refiriéndose probablemente a Horacio Frega,
presidente de la emisora a fines de esa década, con quien Lanata tuvo varios
entredichos en aquel entonces.
El
capitán retirado, reconoció un poco molesto que el actual conductor estrella
del Grupo Clarín lo mantenía “oculto” y que nunca blanqueó la relación que
mantenían. En cambio, se refirió cariñosamente a otra figura del periodismo,
Samuel Gelblung, para el que también trabajó.
“Chiche
fue más noble que Lanata, porque me tenía como panelista” en su programa de TV
de aquellos años, recordó.
Según
consta en la entrevista con Télam, Vergez contó como fueron los entretelones de
la venta de los archivos del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército,
supuestamente adquiridos por el ex presidente Carlos Saúl Menem durante su
segundo mandado, en 250.000 dólares.
“La
negociación, que estuvo a cargo de (Juan Bautista) ‘Tata’ Yofre y Fabián Doman,
terminó bien”, reveló, volviendo sobre sus conocimientos sobre las actividades
“poco conocidas” de algunos periodistas.
“Menem
le pagó 250.000 dólares a (el general de brigada retirado Jorge Ezequiel)
Suárez Nelson. Podés preguntárselo al propio Menem. Decile que yo te lo dije”,
le dijo Vergez a Télam.
Suárez
Nelson, a quien Vergez señaló como quien fuera su jefe directo en la
inteligencia militar y que llegó a jefe del referido Batallón de Inteligencia
601 (con sede en un hoy abandonado edificio de la avenida Callao y Viamonte)
falleció el 17 de octubre de 2008.
Vergez,
está acusado de ser un asesino serial (de las familias Pujadas y Vaca Narvaja,
de estudiantes bolivianos, etc.) antes y después del golpe de estado
cívico-militar de marzo de 1976.
Antes
del golpe, fue uno de los fundadores y jefes del “Comando Libertadores de
América”, versión cordobesa de la Triple A. Después del 24 de marzo fue jefe
del campo de concentración y exterminio “La Perla”, en las afueras de la ciudad
de Córdoba.
Por lo
primero todavía no fue juzgado, y está siéndolo por lo segundo, pero ya ha sido
condenado a 23 años de prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad
cometidos posteriormente en área del Primer Cuerpo de Ejército y
particularmente por lo que la inteligencia militar denominó “Operativo
Redondo”.
Fue a
partir de este juicio, recientemente concluido, que surgió el interés por los
esfumados archivos de la inteligencia militar, archivos que contienen, entre
otras cosas, los dichos de centenares sino miles de detenidos-desaparecidos,
por lo general obtenidos bajo tortura.
El
interés en los mencionados archivos surgió, más precisamente, por la aparición
de las transcripciones de los supuestos interrogatorios hechos por la
inteligencia del Ejército al contador Julio Gallego Soto –quien había sido un
estrecho colaborador de Juan Perón– y a Rafael Perrota, director del diario “El
Cronista”. Ambos permanecen desaparecidos.
Vergez,
que fue condenado por el secuestro de Gallego Soto y por el del jefe interino
de la inteligencia del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) Javier Coccoz,
también desaparecido, a 23 años de prisión, negó haberlos asesinado y señaló a
sus presuntos victimarios (ver recuadro).
Finalmente,
consultado sobre si siente algún tipo de arrepentimiento, afirmó “soy militar,
nos prepararon para matar. En una guerra se mata y se muere. Cuando matás al
primero es un shock. Después es menos duro”, concluyó.
Los 25 años de Página/12, sus proscriptos y negados: Lanata,
Furman, Gorriarán
Por Juan Salinas. Pájaro Rojo
A Rubén Furman le dolió, con toda razón, que no lo invitaran
a la fiesta de Página/12, diario del que fue su primer secretario de redacción.
Un cuarto de siglo atrás, en la época en que la dupla Lanata-Tiffemberg puso en
marcha el proyecto que terminaría siendo Página/12 desde la redacción de El
Porteño, me dolió no poder participar (porque estaba enfrentado con Lanata) y
también me dolió no ser invitado a la recepción de Hernán Invernizzi a su
salida de la cárcel. Rubén cuenta que fue en la casa de Fernando Sockolwicz, en
Villa Devoto. Me dolió (un poco, que golpes infinitamente peores he tenido que
encajar) porque habia editado varias de las columnas publicadas por Invernizzi en
El Porteño... Supongo que me debe haber excluído la madre de Hernán, Eva
Giberti, que había tomado partido por Lanata en las acaloradas asambleas de la
cooperativa que editó la revista a partir de fines de 1985. Básicamente,
Lanata, que integraba el consejo de redacción (era el más joven de sus
miembros) quería ser nombrado director de la revista, a lo que yo siempre me
opuse.
Y ya que estamos recordando: fui yo quien alertó a Lanata y
Tiffemberg en la redacción de El Porteño que el proyecto de Eduardo luis
Duhalde y Verbitsky de sacar un diario de una sola hoja sábana (llamado,
precisamente, "La Hoja") había capotado a causa del boicoit de los
distribuidores cholopequistas aliados a Clarín, y también quien, seguidamente,
a su pedido,
conduje a ambos hasta el despacho de Verbitsky, mi compañero
en la agrupación Rodolfo Walsh, ya que ellos nunca habían ido ni sabían dónde
quedaba. Tengo para mi que esa reunión fue, si no "la" chispa
disparadora de la existencia del diario, al menos una de ellas.
Desde hace 25 años, desde el primer dia (Lanata pasó esa
noche por el café La Paz, dónde yo estaba, y lo felicité enfáticamente) que soy
lector de Página, y hace veinte años que mi vida fue signada por la decisión de
los directivos de Página/12 (incluidos, claro, Lanata y Verbitsky, que ni se
dignó preguntarme en qué andaba) de acusarme de "service" por el
pánico que tenían de que dijéramos o
escribiéramos (yo y Julio Villalonga, que estábamos haciendo un libro sobre el
intento de copamiento del cuartel de La Tablada) que Gorriarán era el principal
accionista del diario... cosa que no sabíamos, y que cuando confirmamos jamás
se nos pasó por la cabeza hacer... y que terminó haciendo, muchos años después,
Jorge Lanata en una entrevista que le hizo la revista 23. Desde entonces,
huelga decir, la relación entre él y el diario que cofundó no tiene vuelta.
Aunque ahora Lanata se haga el sorprendido porque no lo invitaron a la fiesta.
Más allá de alguna posible imprecisión (por ejemplo, me
parece que Lanata jamás fue jefe de redacción de El Porteño, que nunca tuvo
mayor rango que Tiffemberg... pero puedo equivocarme ya que no tengo la
colección de la revista a mano y la memoria es lábil), el texto de Furman,
aunque extenso para un blog, merece largamente ser leído. Por lo que lo adjunto
luego de darle la palabra a su autor.
Los orígenes de Página / 12
Por Rubén Furman (otro que no fue invitado a la fiesta)
Estimados: les estoy mandando en PDF 23 páginas que escribí
en el 2002 sobre el origen de Página/12 dentro de un libro (Grandes hermanos,
de Eduardo Anguita, N. del E.) para el que hice cuatro capítulos. El glamoroso
festejo de sus veinticinco años me han hecho releerlas y veo que aunque hoy
podrían darse muchos más detalles, en general "aguantan" bastante
bien. Se mete en un tema que ahora está bastante de moda pero es muy antiguo:
cualquier medio encarna un proyecto
político, que lo banca bajo la forma de pautas publicitarias de empresas u
oficial.
Estas páginas que les envío cuentan el rol que tuvo el grupo
residual de PRT que encabezaba Enrique Gorriarán Merlo en la financiación y
lanzamiento del diario tras una propuesta de su primer director, Jorge Lanata.
Pese a ser los "dueños", le dieron una dieron notable autonomía de
funcionamiento buscando premeditadamente el anonimato. Esa inteligencia estratégica para reconstituir el arco de las ideas
progresistas –casi un "contraseña",
como bien dijo Cristina—contrasta con el
trágico y estúpido final de la Tablada.
Quizás hoy habría que añadirle cómo hizo el grupo gerencial
que se quedó con el diario para recuperar el control tras la venta parcial a Clarín a mediados de los noventa, luego
de fracasar en la búsqueda de varios sponsors sustitutos. No lo sé en detalle
pero no cuesta mucho imaginarlo.
En marzo pasado un colega me alertó que Lanata me había
mencionado en una entrevista, como uno de los cuatro que "hicimos"
Página. Me pareció un avance porque siempre había hablado --y sigue
haciéndolo-- del diario "que hice", en primera y única persona. No me
extrañó en cambio que omitiera deliberadamente el origen de la plata: hacerse
el distraído en eso fue siempre la forma de resaltar su "genialidad"
exclusiva, limpiando de paso aquella manchita. Sólo esa desmedida
autorreferencialidad le permite describirse ahora como un
"desaparecido" por no haber sido mencionado en el festejo que usa para posicionarse.
Trabajé nueve años y medio en Página, donde fui su primer
secretario de redacción desde los primeros números cero. Conocí a los primeros
directivos y a los que llegaron después. A muchos de sus periodistas estrellas
yo los llevé al diario. Como la mayoría
de los que integramos aquel staff original, y no fuimos invitados a ninguna
fiesta, recordamos ese inicio con el
cariño de un tiempo heroico en el que tuvimos la posibilidad de revolucionar el
periodismo argentino. Celebramos que hoy nuestra democracia sea mucho menos
enclenque aunque quede mucho por hacer.
Seguramente no debería extrañarnos tanto este olvido
institucional porque, como se sabe, la
"revolución" siempre se come a sus hijos…
Cap 9
El sponsor
ENTRAR A VER PRESOS POLÍTICOS en Villa Devoto a fines de
1984 parecía un anacronismo total. Quedaban una quincena de ex guerrilleros del
ERP, todos condenados por jueces federales o militares de la época de la
dictadura, todo plagado de irregularidades. La democracia alfonsinista llevaba
un año, funcionaba la Conadep, se denunciaban las aberraciones en las cárceles
y los campos de concentración. Sin embargo, pese a que la mayoría de estos
presos llevaba en esa condición unos diez años de promedio, no había soluciones
a la vista. -Estamos en huelga de hambre porque no tenemos otra manera de
protestar que poner en riesgo nuestra propia vida -le dijo uno de los presos
desde la capilla de Villa Devoto a Enrique Vázquez, el conductor de un programa
de mucha audiencia en Radio Belgrano, y los presos saludaban que el periodista
hubiera ido con su grabador a registrar testimonios. El preso tenía acento
tucumano, se lo veía con las mandíbulas apretadas, hablaba pausado, digno.
Vázquez había ido junto con Eva Giberti y Vita Escardó,
madre y hermana respectivamente de Hernán Invernizzi, que estaba más flaco que
de costumbre, pero siempre sonriente. Por ahí, entre otros visitantes, estaba
Sólita Silveyra, que era la segunda vez que iba. También había un rubio pintón
y robusto, de ojos muy claros. El periodista no sabía quién era.
-Es del Movimiento Judío -aclaró el tucumano.
-¿Hay presos judíos?
-No, acá somos todos militantes revolucionarios.
-¿De origen judío, de familia judía? -repreguntó Vázquez.
-No, pero es importante el apoyo de los compañeros de esa
comunidad.
El rubio era Fernando Sokolowicz y Vázquez lo saludó por
primera vez.
La huelga de hambre de los presos no se estaba haciendo en
el mejor momento. Para los militares, que estaban siendo citados en los juzgados
federales por sus delitos, no era chiste. Se trataba de presos que habían
cometido delitos de sangre, argumentaban los militares y no les faltaron
interlocutores en el alfonsinismo. La teoría de los dos demonios calaba hondo y
había que saltar un cerco para meterse en Villa Devoto a ver
a los presos.
Sokolowicz seguramente recordó que en esa misma capilla un
her mano suyo había estadopreso diez años atrás. Siendo militante de las
Fuerzas Armadas de Liberación había caído junto a otros compañe ros. Fue por un
tiempo breve, por suerte, porque pudo salir e irse a Europa. A Devoto terminó
yendo luego como miembro del grupo del rabino Marshall Meyer -el más
progresista que conoció la Argentina de esos años- y también porque se había
hecho amigo devarios ex presos del ERP, con quienes compartía gustos personales
y actividades en la luchapor los derechos humanos.
No todos sabían que él, también una década atrás, cuando
estudiaba periodismo en la Universidad de La Plata, había estado vinculado a un
sector escindido del PRT-ERP un grupo llamado Fracción Roja porque tenía una
postura más principista, más puramente mar-xista que la oficial de Mario
Santucho.
Su compromiso con esos presos remanentes de la dictadura se
mantuvo firme e incluso por encima del vínculo con los organismos humanitarios.
Michelina, la compañera de Invernizzi, lo tenía como un referente para todo. No
solo porque lo visitaba a Hernán, sino porque hasta preparaba locro para esos
presos. Cuando Hernán salió en mayo de 1986, esa noche hubo una fiesta de
íntimos en la casa de Sokolowicz en Villa Devoto. También allí se festejó la
libertad de los últimos presos del grupo, Pino Cuesta y su esposa Hilda Navas,
recepción a la que concurrió ya Jorge Lanata, entre otros.
En ese tiempo, Lanata era jefe de redacción de la revista El
Porteño y participaba del equipo de "Sin anestesia", el programa que
conducía Eduardo Aliverti por radio Belgrado, como despectivamente llamaba la
derecha promilitar a la emisora estatal LR3 Radio Belgrano. La primera era un
quincenario fundado en 1981 por Gabriel Levinas y Miguel Briante, sostenido,
mientras pudo, con la propia fortuna del primero. Hijo de un
empresario rico del Once con buenos vínculos en la comunidad judía local,
Levinas vendía un cuadro de la pinacoteca familiar cada vez que tenía que
cubrir un hueco económico de la revista. En 1982 les pusieron una bomba en la
redacción y los colegas empezaron a tomarlos más en cuenta, como una voz
disidente y no solo marginal. Luego, ante la perspectiva de
quiebra, una cooperativa de trabajadores comandada por Lanata se hizo cargo de
la publicación.
La característica de El Porteño eran las investigaciones con
denuncias y una búsqueda continua de nuevas voces y de actores sociales poco
conocidos. Estos ingredientes se volcaban sobre un formato que combinaba cierto
desparpajo en la manera de enfocar la realidad con la mejor literatura. Algo
que la prensa norteamericana ya había bautizado como "nuevo
periodismo",
para diferenciarlo de los cánones clásicos de la gran prensa
y el formato agenciero. En Estados
Unidos ya era un género consolidado con notables exponentes, como por
ejemplo Truman Capote, cuyas crónicas de un crimen por boca de dos condenados a
muerte por ese hecho fueron la materia prima de A sangre fría, una novela
escrita en el borde entre la ficción y el realismo más estricto. Acá, las
investigaciones político-policiales de Rodolfo Walsh eran lo más parecido. Pero
mientras este publicaba algunos de sus trabajos más conocidos en el periódico
semiclandestino de una central sindical combativa, los norteamericanos lo
hacían en publicaciones de culto entre la intelectualidad joven, como Rolling
Stone o The Newyorker.
Escuchar voces de ex guerrilleros recién salidos de prisión
resultaba un ejercicio fascinante para quien buscara historias. Historias de
vidas atravesadas por dolores, derrotas, hilachas de heroísmo y un futuro
incierto para sus proyectos. Además, esas historias tenían el sabor del
desafío: la teoría de los dos demonios hacía estragos en una sociedad
atravesada por el miedo de la mayoría y el desconcierto de otros protagonistas
de los setenta, cuyas historias no habían tomado estado público. Historias para
contar a la manera de André Malraux. Lanata se había acercado a ellos por
impulso periodístico pero al poco tiempo se convenció de que esos relatos
podían ser al barro de una novela que no tuviera nada que envidiarle a
Recuerdos de la Muerte de Miguel Bonasso.
Lanata también comió algunas noches en la casa de Eva
Giberti. Durante nueve años, ella había hecho cada semana más de 50 kilometros
hasta el penal de Magdalena, donde estaba Hernán. Luego, viajó los más de mil
que la separaban de la cárcel de Rawson.
Cuando lo llevaron a Devoto llegaba la democracia y los compañeros de su hijo
iban saliendo. Entre tantas cosas para que no se olvidaran de él, Eva
organizaba cenas los miércoles sin otra intención que darles bue na comida a
sus anfitriones y poner el oído, como hacen los psicoana listas y los que
escriben. Muchos pasaban por esos encuentros y a cada cual le dejaba alguna
marca. Eva era la que, dos décadas atrás, había hecho una revolución en la
pedagogía y la vida familiar con su escuela para padres y la defensa de la
libertad de los hijos. Ahora era una madre sonriente que dejaba que los otros
sacaran de esos en cuentros lo que quisieran.
Una noche, Lanata confió cierto agotamiento del trabajo
radial y adelantó sus planes.
-Una revista o un programa de radio es como tirar con migas
de pan en la guerra -dijo a los comensales. Su idea les pareció a todos tan
convincente como inviable: un diarito de contrainformación.
Debía tener apenas cuatro páginas y distribución solo en la
Capital, ni siquiera en el Gran Buenos Aires. En alguna medida, era una versión
cotidiana de La Posta-Post, sección estelar de El Porteño. Pero más que al
nuevo periodismo norteamericano se parecía a un periódico francés de bajo
costo, Le Canard Enchainé (El pato encadenado), enteramente autofinanciado
con la venta y por ello liberado de las presiones y
condicionamientos que establece la publicidad oficial o de las empresas
privadas. Con su Lettera 22 escribió un boceto y algunos cálculos de
factibilidad y lo rubricó de puño y letra. El paper fue entregado a uno de los asistentes
y fue lealmente entendido como un lance para que reunieran la plata apelando a
sus relaciones políticas. Acercar a protagonistas con proyectos convergentes
que puedan favorecer los planes propios es una rutina habitual entre los
políticos.
Lanata, que para los números era entonces un voluntarista
completo, buscaba un sponsor de apenas 50 mil dólares, confiado en que el
proyecto terminaría generando recursos propios que lo harían entrar en una
inercia ascendente.
LOS CONTACTOS POSIBLES, en este caso, no estaban en empresas
que ganaban licitaciones millonadas haciendo gasoductos o siendo proveedoras
del Estado como podía pasar con algunos diarios que apoyaban la gestión de
Alfonsín. Las principales relaciones estaban en que algunos de ellos habían participado
en columnas del Frente Sandinista del Liberación
Nacional, que el 19 de julio de 1979 había tomado el poder
en Nicaragua. En esa lucha habían participado varios montoneros y, sobre todo,
un grupo de ex militantes del ERP lide-rados por Enrique Gorriarán Merlo. Este
residía todavía en Managua cuando en Buenos Aires se gestaba el nuevo proyecto
periodístico. El Muro de Berlín aún no caía y los contras acechaban a los
sandinistas. La capital centroamericana se poblaba de viejos revolucionarios
derrotados en sus países mientras George Bush padre, al frente de la CÍA
durante el gobierno de Ronald Reagan, financiaba a los opositores armados con
fondos inyectados mediante el ardid inventado por el coronel Oliver North.
Para los argentinos que habían luchado en Nicaragua, la
trama de la revolución sandinista, de la guerrilla salvadoreña, con los
sobrevivientes del genocidio guatemalteco y con otros procesos de lucha en
Centroamérica era muy cercana a su propia experiencia. Mucho más cercana que la
difícil y endeble transición a la democracia en Argentina. El legado del Che
era
más fácil de asociar al enfrentamiento de los campesinos
pobres que luchaban en la clandestinidad y con armas en El Salvador que a las
batallas parlamentarias argentinas.
Curiosamente, muchos parlamentarios progres argentinos iban
a Managua a buscar oxígeno para sus ideas revolucionarias. No para armar
guerrillas en Argentina, sino para buscar aliados en la batalla de no pagar la
deuda externa y de reconstruir un espacio continental común. En Managua, se
cruzaban artistas como Mercedes Sosa y Julio Cortázar con el comandante
cubano Raúl Ochoa, que había hecho la campaña de Angola, o
con funcionarios del KGB soviético. Managua era rara: con el 50% de su
población analfabeta, los artistas pintaban, los músicos componían. El centro
cultural bullicioso era también un centro de operaciones: la población tenía
medio millón de fusiles Kalashnikov para defender la revolución, había
conspiradores de toda laya y también fondos para proyectos revolucionarios en
otros países, cuyos orígenes podrían ser insospechados.
Aquel cruce eventual entre algunos ex militantes del ERP con
Lanata por un lado y Sokolowicz por otro inauguró una serie de encuentros que
transcurrieron en un clima de reserva propia de quienes comprenden sus
diferencias y priorizan, por sobre todo, el cumplimiento de sus propias metas.
Para los ex militantes era una buena posibilidad de acercarse a nuevas alianzas
y amistades en el atractivo campo de la información.
Quien encaró este nuevo vínculo fue Francisco
"Pancho" Proven zano, un cuadro político de un carisma personal poco
común. Hijo de una familia radical de médicos y académicos destacados, había
ido al Colegio Nacional de Buenos Aires como todos sus hermanos varones.
Las mujeres Provenzano, en cambio, iban al colegio de
monjas. En el Buenos Aires, y para sorpresa de muchos de sus compañeros, Pancho
pasó de destacarse en el rugby a ser un militante de tiempo completo y a dejar
de lado definitivamente las ganas de ser médico. En ese nuevo camino encontró a
Claudia Lareu, compañera suya de promoción, y se enamoraron.
Pancho cayó preso en enero de 1976, cuando ya inte graba el
Comité Central del PRT. Lo estaban torturando en la comisaría, con algún dato
suficiente como para saber su grado de responsabilidad y salvó su vida por una
astucia que se le ocurrió en el momento.
-Háganle saber al almirante Massera que un hombre suyo está
detenido -dijo Pancho, y al rato el comisario se acercó para saber si no le
tomaban el pelo. Pancho insistió con su versión.
-Que el almirante sepa que Francisco Provenzano está preso y
que le está pegando la policía.
No dejó de recibir tormentos por unos días, pero finalmente
apare ció en Coordinación Federal y luego en la cárcel de Villa Devoto. La
treta había funcionado. El cardiólogo de Massera era tío de Pancho y las
familias se conocían bastante. El cardiólogo, una vez, había deja do de
registrar en el informe médico alguna arritmia cardíaca. Fue precisamente en el
informe requerido para su ascenso de capitán de navio a contralmirante. Había
sido un favor personal inmenso de un
médico que no sabía siquiera a quién se lo hacía. Años
después, Pan cho más de una vez había sentido pesar pensando que su tío podía
haber evitado que Massera llegara donde llegó, pero esa vez bastó que Massera
se enterara de que Pancho estaba preso para llamar a la fa milia y asegurarles
que, esa vez, saldría vivo.
Provenzano salió en libertad en 1982 y después de siete años
se reencontró con su esposa Claudia. Ella había logrado salir del país en 1976
y después de estar un tiempo en Europa se sumó a los sandinis las.
Posteriormente ambos trabajaron en Argentina en el reagrupamiento de
militantes. El grupo en el que militaba Pancho contaba con recursos
provenientes de
Centroamérica como para apoyar distintas actividades;
Algunas de ellas estuvieron asociadas, la publicación de autores hasta entonces
proscriptos. Uno de los primeros resultados fue la revista Entre Todos, vocero
del frentismo impulsado por los antiguos guerrilleros marxistas y su emergente,
el Movimiento Todos por la Patria. Mientras iba de un lado para otro y además
trataba de conseguir dinero para actividades militantes, Provenzano trabajaba
de plomero en una cooperativa de ex presos. Pese a su gran fortaleza física, no
se llevaba bien con las herramientas. Lo que pocos sabían era que vivía muy
humildemente y, a la vez tenía recursos capaces de hacer realidad algunos
proyectos.
Fue Provenzano precisamente quien armó -acaso sin el
conocimiento de todos los asistentesel encuentro de los ex presos con La-nata y
Sokolowicz. Invitó a los protagonistas de una trama que entonces solo figuraba
en su imaginación. Fue un procedimiento sigiloso pero común entre los
revolucionarios conspiradores del siglo XX en tiempos de la guerra fría, y muy
distante del de algunos periodistas de fin de siglo deseosos
de aparecer en todas las fotos. El objetivo era apoyar, con los medios al
alcance de su organización, el surgimiento de un diario de centroizquierda que
ayudara a recomponer ese sector en la época de los carapintadas.
Eventualmente permitiría también el reingreso pleno a la
vida pública de aquellos que una década atrás no solo habían sufrido una
derrota militar sino, sobre todo, política.
El procedimiento no era del todo original. A fines de 1982,
cuando la dictadura ya había implotado después de la Guerra de Malvinas, los
Montoneros habían intentado un reingreso similar. Aliados al clan Saadi, cuyo
fundador, Vicente Leónidas Saadi, les garantizaba una puerta de entrada al
peronismo, armaron el diario La Voz. Los jefes montoneros comenzaron
comprando un edificio en Pompe-ya y lo equiparon con un
moderno taller gráfico importado de Alemania Oriental. Contrataron periodistas
profesionales pero intercalaron en la estructura un nutrido equipo de
"comisarios políticos" y otros amigos recientes que los convencieron
de su fidelidad. El descontrol llegó sin embargo a ser tan grande que durante
varios meses la edición completa del diario se hundió, literalmente, cada noche
en el fondo negro del Riachuelo sin que sus editores siquiera lo imaginaran. El
dinero, a raudales, compensaba la ignorancia del negocio.
El primer jefe de personal fue un hombre del riñon del clan
catamar-queño, "el Gordo" Ángel Luque, que años más tarde fue
expulsado de la Cámara de Diputados en los fragores del caso María Soledad, por
el que su hijo resultó el principal condenado. El Gordo hizo colocar una enorme
Virgen del Valle en la puerta de la calle Tabaré, debajo de la cual debían
pasar los empleados cada vez que la atravesaban. Pero cuando los reclamos del
personal arreciaron fueron menos piadosos y
recurrie ron a cuadros de la antigua estructura militar
ahora disfrazados de milicianos sandinistas que patrullaban el diario
exhibiendo sus pistolas en la cintura. La publicación duró hasta 1985. Algunas
estimaciones del costo de esa aventura rondaban los 20 millones de dólares.
El rotundo fracaso fue un catálogo de enseñanzas de lo que
no debía hacerse. Los jefes del MTP optaron por otro modus operandi, más afín
acaso a su propia historia, consistente en confiar en periodistas profesionales
de una variada gama de izquierda. En su análisis llegaron también a la
conclusión de que era el momento apropiado para salir con un diario, no solo
por su necesidad política sino por el agotamiento de los principales medios que
venían abasteciendo el espacio intelectual-progresista en ese momento: Humor,
El Periodista y La Razón.
El semanario El Periodista había surgido a poco de la
restauración democrática de 1983 y se convirtió en el hermano serio del
quincenario Humor, una revista increíblemente antidictatorial que sobrevivía
con un lenguaje sin eufemismos. Los editoriales de Enrique Vázquez eran leídos
casi a escondidas, parecían el santo y seña de una pueblada. Las entrevistas de
Mona Moncalvillo daban aire fresco al periodismo, que se convertía en
abanderado de la lucha por los derechos humanos, la cultura, la política
progresista. El Periodista conservó, hasta su cierre en 1988, un entendimiento
entre la vieja militancia política con el ala izquierda del alfonsinismo. Su
director, Carlos Gabetta, había militado en el PRT-ERP y volvía de su exilio en
Francia. Como muchos otros de esa redacción, había trabajado en medios
europeos. Horacio Verbitsky, en cambio, se había exiliado en Perú y volvió a
ejercer el periodismo en cuanto pudo. Era una redacción rodeada con un halo de
capacidad, trayectoria y honestidad. Llegó a vender 100 mil ejemplares cuando
publicó la lista completa que había confeccionado la Conadep de los militares y
policías que habían participado en campos de concentración.
La editorial La Urraca, de Andrés Cascioli, responsable de
El Periodista y Humor (entre otras publicaciones), contaba con apoyo de la
Coordinadora radical. Criticaba pero acompañaba, sobre todo en los momentos de
mayor tensión política generados por la resistencia militar al enjuiciamiento
por las violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Pero no
ocultaba su desencanto con las agachadas del partido que
había ganado denunciando un pacto sindical-militar y demás pactos corporativos,
y luego arreglaba con las mismas corporaciones escudándose en su propia
debilidad.
Los lectores de El Periodista no buscaban espectáculos ni
deportes. Era una clientela politizada, reclutada entre el alfonsinismo
aluvional y esperanzado de 1983 y una izquierda inquieta y -como tantas
veces-sin pertenencia fija. Muchos estaban entonces en el Partido Intransigente
del veterano ex radical frondicista Osear Alende, quien había pasado
repentinamente a ser el referente del cambio social para una
gran parte de la juventud. Su partido se convirtió en tercera fuerza electoral
nacional durante casi un lustro.
Para explicar este curioso fenómeno de transmutación de los
elementos políticos, algunos analistas recurrían a una buena dosis de humor: el
PI era un campamento transitorio usado por antiguos gueva-ristas que ahora
pujaban por un espacio en la política en las nuevas condiciones democráticas.
En 1985, poco antes de comenzar el juicio a los ex
comandantes militares -y destaparse plenamente el horror anticipado en los
informes de la Conadep-, Jacobo Timerman acometió la tarea de armar un diario leal
al gobierno. Para el emprendimiento editorial, Alfonsín le entregó el manejo de
La Razón, un vespertino que durante casi tres décadas había actuado como vocero
oficioso del comando en jefe del ejército luego de que su paquete accionario
quedara en poder de la cúpula castrense a través de los siniestros hechos
relatados por Rodolfo Walsh en El caso Satanowski.
El gobierno adoptó la decisión en el marco de un acuerdo
general de reparación económica al editor, que en 1977 había sido detenido,
torturado y expropiado de su diario La Opinión, antes de lograr exiliarse
gracias a la presión diplomática de la administración norteamericana de James
Cárter.
Timerman quiso dar un golpe de efecto y de la noche a la
mañana convirtió al tradicional vespertino, que anticipaba con exactitud
milimétrica todos y cada uno de los golpes e internas militares, en un matutino
de mirada pluralista. También le cambió el formato sábana anticuado por otro
tabloide de diseño modular estilo europeo. Además renovó el personal
convocando a periodistas democráticos; pero en esa
transformación terminó de perder el ya debilitado mercado de lectores
históricos de la marca y sus pautas publicitarias.
La Razón de Timerman fue un fracaso económico y el editor se
retiró al año, si bien el diario siguió saliendo como matutino bajo diferentes
conducciones hasta mediados de 1987.
Durante la Semana Santa en que Aldo Rico levantó a la
guarnición de Campo de Mayo en contra de las citaciones judiciales a militares,
el ex diario del ejército jugó un rol poco frecuente en la prensa comercial.
Dirigido por el periodista Carlos Juvenal, La Razón sacó una edición de
emergencia de cuatro páginas confeccionada por un sector del personal que se
presentó espontáneamente a trabajar pese al habitual feriado
de prensa del Viernes Santo, a
sabiendas de que lo que se jugaba en esos días era mucho más que un
derecho gremial. El diario, con una amplia cobertura del primer alzamiento
carapintada y de la movilización popular en repudio, fue repartido
gratuitamente por militantes radicales en el Obelisco y en la concentración de
Plaza Congreso, donde una multitud aguardaba el desenlace del golpe. La tapa,
en tipografía pesada, tuvo el mismo texto que años antes había hecho famoso al
diario madrileño El País cuando un grupo de conjurados, encabezados por el
teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero interrumpió a las seis de
la tarde en el Congreso de los Diputados de España y, pistola en mano, por toda
consigna política, gritó: "Se sienten coño" y después de disparar
"Todo el mundo al suelo!". Era el 23 de febrero de 1981 y los
legisladores iban a tomar juramento al monárquico Leopoldo
Calvo Sotelo como presidente de España. El País sacó una
edición de emergencia con un título catástrofe de tres palabras: "¡Viva la
Constitución!" El diario se repartía por las calles gratuitamente,
mostraba el arco político español comprometido contra el golpismo, llamaba a
las calles para movilizar a la sociedad. Un verdadero ejemplo de resistencia.
Tejero, a las nueve del día siguiente, se entregaba incondicionalmente. Y pasó
en la cárcel muchos años.
Era la robusta transición española, eran los comienzos de
una epopeya periodística del mejor diario de habla hispana. Por curiosidad,
vale mencionar que, veinte años después, su editor y dueño, Jesús Polanco, se
convertiría en uno de los hombres más ricos de España.
En la Argentina, apenas horas más tarde de la asonada,
Alfonsín sello la impunidad de los alzados con dos frases que quedaron en la
memori.i colectiva: "¡Felices Pascuas!" y "¡La casa está en
orden!". La sociedad empezó a percibir un mensaje cambiado y ese doble
discurso acentuó la disgregación de la coalición progresista que lo había
respaldado.
LA APARICIÓN DEL SPONSOR que buscaba Lanata concluyó antes
de fines del año 1986 y también hubo una fiesta en lo de Sokolowicz. Provenzano
ya había consultado con sus superiores en Managua y encontró eco favorable.
Llamó entonces a otro ex compañero de prisión con quien había compartido tareas
en la militancia, allá por 1973. Alberto Elizalde Leal
estaba trabajando como empleado de una obra social,
reconstruyendo su vida después de que la dictadura le hubiera secuestrado,
literalmente, a toda su familia. A principios de 1977, mientras Elizalde
formaba parte de un grupo de detenidos no declarado como tal, a cargo del
general Ramón Camps -entonces jefe de la Bonaerense-, fueron secuestrados la
mujer, la
madre, la hermana y el hermano de Elizalde. Nunca más
aparecieron.
-Alberto, ¿podes ocuparte del diario ese?
-Habría que inscribirlo, hacer una sociedad, es un lío.
Además, yo no tengo un mango.
Pocos días después, Provenzano le dijo, entusiasmado, que ya
había encontrado la manera de encauzar el tema.
-Hablé con Sokolowicz. Se sumó al proyecto.
Tuvieron una reunión los tres, Provenzano, Sokolowicz y
Elizalde. Sokolowicz dijo a Elizalde que de todas las cuestiones legales se
ocuparía su abogado, Horacio Méndez Carreras. Se trataba del abogado de la
causa por la desaparición de las monjas francesas. Provenzano pidió que el
gerente del diario fuera Elizalde. Ellos tendrían que trasmitirle las cosas a
Lanata para que pusiera manos a la obra. Sabían -o intuían- que se estaban
metiendo en un terreno que les era bastante desconocido.
Si bien Sokolowicz estaba metido en la publicación del
Movimiento Judío por los Derechos Humanos y Provenzano seguía de cerca el
quincenario Entre Todos, sacar un diario era algo diferente. Otra escala.
Apostaban al proyecto de un periodista, de Jorge Lanata. De él dependería el
resultado. Y Lanata no era un setentista. Era un tipo un poco más joven, más
heterodoxo. Completamente irreverente. Hablador, fumador y hambriento.-No
importa que no sea de izquierda. Lo importante es que pueda armar el diario-
dijo Provenzano a varios conocidos. Y transmitió el visto bueno para iniciar el
montaje. Nadie pensaba todavía en el nombre Página/12, y menos aún que tendría
muchas más páginas y sobreviviría a tantos terremotos.
Secreto de familia
EL ARMADO DE UNA PEQUEÑA ESTRUCTURA empresaria que pusiera
en disponibilidad los aportes del sponsor fue la novedad más importante en los
meses siguientes al contacto entre Pancho Provenzano y Fernando Sokolowicz. En
esta asociación, construida entre febrero y mayo de 1987, uno de los problemas
era cómo programar los gastos para montar el diario sin levantar sospechas, no
ya de los organismos impositivos sino de los servicios de inteligencia.
-Yo siempre fui un pelagatos. Si de pronto aparezco al
frente de una empresa que mueva millones va a ser un semáforo -le había
prevenido Elizalde a Provenzano cuando este le dio la señal de largada.
-Vos avanza que ya vamos a encontrar una solución -lo
tranquilizó Provenzano.
La primera respuesta fue desechar la constitución de una
sociedad anónima y se convino que fuera una sociedad de responsabilidad
limitada, de modo de limitar la responsabilidad patrimonial de los
participantes. La segunda fue integrarla con apenas dos miembros: Sokolowicz,
cuyo manejo habitual de fondos como apoderado de las empresas familiares no
levantaría polvareda, y Carlos González, conocido
familiarmente en el ambiente de los derechos humanos como Gandhi.
Integrante del Servicio de Paz y Justicia fundado por el
premio 1ll ibel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, Gandhi tenía amigos que
militaban en el Movimiento Todos por la Patria y su participación en la
sociedad era tan formal que apenas tenía el porcentaje mínimo que exigen las
leyes.
La flamante empresa adoptó además el criterio de
organización que los economistas denominan formato italiano. Consiste en un.i
empresa madre que cobija dentro de sí a otras empresas cautivas, las que
realizan labores tercerizadas. Así, sectores como el lallei da ( om posición,
distribución o el área de publicidad, que en olías editoriales integran el núcleo
interno de producción, en Página eran cooperativas o pymes de gente de
confianza o amigos que corrían con los riesgos de poner su equipamiento a
cambio de contratos de locación de servicios. Esta descentralización a ultranza
no solo diluía más la responsabilidad
de los socios sino que, además, abarataba el desembolso inicial.
Por otra parte, posibilitaba el eventual reemplazo de
sectores completos -fotocomposición, armado, publicidad- sin que el diario
debiera absorber conflictos por esos eventuales cambios. En ese momento, y para
esos emprendedores, disponer de una marca era solo ir a una oficina más. Cuando
Lanata se enteró de que había que inscribir el nombre del diario, estaba
armando la redacción y lo consideró un tema intrascendente. Como apoderado,
Elizalde inscribió la marca Página/12 en el Registro de Propiedad Intelectual
así como ante los organismos impositivos y previsionales. Eran trámites
indispensables para poder salir. La Página SRL subsistió por cinco años, hasta
que fue reemplazada por una sociedad anónima, La Página SA, tal como pudo y
puede verse en los créditos del diario.
A partir de marzo de 1987, Lanata abrió el círculo y reclutó
tropa para la nueva publicación. Los primeros empezaron a reunirse en un
departamentito de la calle Montevideo, a la vuelta del bar La Paz.
Cuando el 25 de mayo de 1987 Página/12 salió finalmente a la
calle, era un diario sensiblemente diferente al imaginado al principio por su
propio director: ya no eran solo las 12 páginas aludidas en el nombre sino 16,
cuatro veces más de la idea original de un boletín contrainformativo. Aun así,
eran pocas páginas para un diario convencional.
La dependencia de la provisión de papel había sido siempre
un talón de Aquiles para la prensa progresista. Solo había dos opciones. Una
era comprar papel importado, caro, y encima sin contar con los ingresos de
publicidad con que contaban los grandes diarios. A diferencia de los proyectos
periodísticos comerciales, Página no tendría una torta publicitaria garantizada
de antemano, ni siquiera era algo fácilmente imaginable para el futuro. La otra
opción era hacer buena letra con Papel Prensa, solo con la expectativa de pagar
el doble de precio del pagado por los tres grandes diarios nacionales -Clarín,
La Nación y La Razón- que integran esa empresa.
Papel Prensa es una sociedad mixta del Estado con esos
medios periodísticos que fabrica papel a precios subsidiados y explica buena
parte de la condescendencia que sus editores tuvieron con los militares del
Proceso. Además de la cuota para los diarios integrantes de la sociedad, quedan
cupos para otras publicaciones. Esos cupos se consiguen con lobby. Es la forma
de controlar contenidos y evitar que aparezcan nuevos competidores. Por eso,
cuanto menos de este insumo consumiera Página/12, tendría más chance de
subsistir de manera independiente.
El concepto gráfico fue tomado del diario francés
Liberation, cuya tapa es ocupada por un único tema. Es la manera de entregar al
lector, desde la primera mirada, la importancia que el diario asigna a la
noticia central. Además de sumar a sus fieles entusiastas de El Porteño, con
los fondos frescos Lanata pudo contratar a periodistas duchos en hacer diarios
y a columnistas de fama bien ganada, capaces de poner en acción el nuevo
periodismo en Argentina.
Algunos políticos y empresarios visitaron en los primeros
meses las instalaciones intrigados por la cocina de ese diarito burlón y
estridente que había tomado a los diarios serios con la guardia baja y supo
ocupar rápidamente el hueco dejado por La Razón, cerrado durante varios meses.
Página hacía la diferencia con su estilo desacartonado,
único en ese momento, y pegaba bien dentro de una franja de lectores de alto
nivel educativo y buenos ingresos. Los que desfilaban por la redacción eran
gente acostumbrada a mirar el mundo desde la altura de sus ventanales y no
salían de su asombro. No podían creer que ese producto exitoso fuera hijo de
tanta
precariedad de medios convertida en virtud.
Las primeras oficinas alquiladas, en el piso doce de la
calle Perú 367, apenas eran un departamento sin demasiadas condiciones para
albergar en sus 160 metros cuadrados una redacción completa de treinta
personas, cuyo archivo y laboratorio fotográfico estaban en el baño. Su mejor
antecedente, si es que el éxito pudiera transferirse de ese modo, era que el
mismo departamento había estado alquilado anteriormente como bunker de Raúl
Alfonsín para la campaña de 1983. Y que este había ganado la presidencia, lo
que todavía podía leerse como un augurio. Ese diario era obra de gente
trabajando amontonada que esperaba ansiosamente alguna Remington destartalada
dejada por algún colega para poder escribir sus notas con la furia de los
justos.
Alguno de estos empresarios tenía presente aún el manejo
dispendioso de fondos que ejercieron los radicales de la Coordinadora cuando
relanzaron el diario Tiempo Argentino. El matutino, dirigido por Raúl Burzaco,
había respaldado la candidatura de ítalo Luder. Perdió su candidato y quedaron
deudas cuantiosas. Luego, con la asunción de Alfonsín, Tiempo
Argentino pasó a manos de Luis Cetra, un dirigente radical
ligado a Enrique Nosiglia convertido en empresario periodístico, que también
estaba al frente de Radio Rivadavia. Tiempo Argentino había sido el último
producto gráfico del establishment periodístico afín a la dictadura, instalado
en oficinas robadas por los militares a La Opinión de Jacobo Timerman.
Los gerentes y periodistas llegados con Cetra intentaban
hacer un diario tibiamente progre. Fue un fracaso que les costó muchos
millones. Contrastaba con Página/12, hecho con austeridad extrema. Al momento
de salir a la calle, la inversión realizada por el sponsor en Página rondaba
apenas unos 100 mil dólares.
Ocho meses más tarde el diario se mudó justo a la vuelta, a
un salón parecido a un garaje sin ninguna ventana ni ventilación, en Bel-grano
al 600. Recién entonces la administración pudo reunirse con la redacción, como
sucede en cualquier diario como un requisito práctico elemental. Los pisos eran
de cemento alisado, todavía sin los retazos de la alfombra gris del
casamiento de Diego Maradona en el Luna Park en 1993,
conseguidos a través de un canje publicitario. Pero era un salto adelante y fue
percibida como una garantía de continuidad, por no decir de expansión.
Como se sabe, el éxito parece más éxito cuando no hay tanta
certeza de que ocurra. En ese momento, el sponsor llevaba invertidos arriba de
medio millón de dólares, pero dados los resultados alentadores la dirección del
diario consiguió luz verde para seguir con el proyecto.
Es evidente que Provenzano no era un financista, sino apenas
un trasmisor de una cadena que no terminaba en Buenos Aires sino que se
continuaba en una ciudad mucho más pobre, Managua.
SOKOLOWICZ OFRECIÓ convertir Página/12 en una cooperativa de
empleados antes de que el diario cumpliera un año. Con barba florecida y camisa sin
corbata, al uso de los yuppies
"Después de Hora", hizo la oferta personalmente
una noche ante una asamblea de trabajadores reunidos en la redacción. Estos
pedían lo de siempre: mejoras en los salarios y en las
condiciones de trabajo, pero de paso enterraban prolijamente
el diario. Enterrar, en la jerga del periodismo gráfico, es atrasar la entrega del material
al taller para que cuando la
publicación esté lista ya no tenga chances de ser colocada
en los kioscos.
No es habitual que el dueño de un medio de prensa encare un
trato directo con el personal salvo con aquellos miembros del staff que garantizan la
salida del producto. Si esto es así en el
día a día, es más estricto en medio de un conflicto, que es
cuando se acrecienta el papel de los jefes de personal. Por eso, el gesto de Sokolowicz se
interpretó como una extravagancia más.
La primera era su doble estándar: un medio con contenido y
público de izquierda, pero editado por una empresa que debía funcionar con reglas de derecha.
Tomada en manos de sus empleados, esta dualidad era una
fuente inagotable de conflictos. La esencia del problema era el formato italiano -de varias
empresas una dentro de otra- que
había sido elegido por razones de seguridad y economía. Para
los trabajadores del diario volcados al reclamo sindical, no era sino una aviesa forma
de flexibi-lización laboral que el
diario fustigaba en sus artículos.
Sin embargo, para afuera la edición era cada vez más
compacta, como ocurre siempre que el personal de un medio descubre que tiene alguna empatia con
la línea editorial y trabaja con la
camiseta puesta, sin ceñirse a horarios, dando prioridad a
la calidad final del producto.
Con dramatismo quizá medido, Sokolowicz tomó el toro por las
astas:
-Así no podemos seguir. Yo no tengo inconvenientes en
conversar para que el diario se convierta en una cooperativa y ustedes lo sigan
administrando; acaso les vaya mejor que a mí -
dijo con su habitual tono monocorde.
La velada amenaza debió surtir efecto porque el clima de
tensión amainó por un tiempo. Nadie supo entender aquel súbito desprendimiento aunque los
problemas estaban a la vista.
Contar con una inversión de arranque era una condición
necesaria pero no garantizaba un resultado cierto. El problema era exactamente el inverso:
conseguir la plata inicial fue
relativamente sencillo en comparación con los equilibrios
que debían guardarse luego para garantizar la continuidad. No alcanza con que un diario
salga; luego debe convencer a los
lectores, cuya afluencia despierta el interés de los
anunciantes que muchas veces pagan una publicidad como quien compra un seguro
de vida, para figurar bien o, en caso contrario, no ser mencionado.
En la mayoría de las empresas periodísticas, la lectura de
la realidad de sus dueños está garantizada mediante un sistema de comisariato político. Es
decir, un grupo de buenos
periodistas pero que combinen capacidad profesional con
transmisión de las ideas y necesidades de los accionistas. Inevitablemente, sus colegas
de redacción están siempre
atentos a ver dónde y con quién toman café, o controlan si
esos colegas de camiseta empresaria van o no van a las oficinas gerenciales.
Cuanto más peso gana esa capa de periodistas elegidos por
fidelidad a esas consignas emanadas de arriba, menos poder tienen los que se
reivindican profesionales a secas. Entre los
periodistas esta realidad es tomada como inevitable y existe
un dicho que la refleja de manera amarga: "los que no saben, para jefe". Esto no es
patrimonio exclusivo de la izquierda. El
comisariato imperó durante años en el gran diario argentino
-Clarín- cuyo origen está estrechamente asociado al surgimiento de las ideas
desarrollistas y especialmente de su
mentor ideológico, Rogelio Frigerio. Osear Camilión fue
secretario de redacción no por sus dotes periodísticas sino por pertenecer al núcleo duro
partidario. Cuando el desarrollismo dejó
de brindar una cobertura política, el grupo gerencial leal a
Frigerio se independizó para mirar solo a los negocios periodísticos consolidados. Sin duda,
Clarín mantuvo el sistema de
comisariato con otros actores y nuevos intereses.
En el caso de los diarios progres, el sistema de comisariato
se originaba en la tradición de tener órganos de propaganda y no de prensa. Repetían el esquema de
periódicos partidarios y los
directores eran representantes ideológicos y no hombres de
la información. Las limitaciones internas no fueron, de todas maneras, el peor de los males
para los comunicadores de
izquierda. El centenar de periodistas desaparecidos durante
la dictadura habla por sí mismo del nivel de control y represión puesto por la última
dictadura. Además, el acceso a los
sistemas de distribución de los circuitos oficiales es cuasi
mañoso. La publicidad para diarios es un club en el que los diarios grandes extorsionan a las
agencias para que no anuncien en los diarios chicos, sobre todo si están tratando de hacer pie en
el mercado. Y, algo fundamental en Argentina, por lo menos hasta antes de la crisis: el Estado
era un socio oculto y obligado para cualquier editor de diarios. Créditos oficiales, pautas de
publicidad cursadas a través de la agencia estatal Télam, lobby para conseguir ventajas,
intrigas diarias con ministros y funcionarios del entorno presidencial.
Los diarios progres morían de varias de estas enfermedades a
la vez. Justo es decirlo, también: antes de la restauración democrática de 1983, la gran causa
de mortandad había sido la
proscripción y la represión. Esto valió para El Mundo,
Noticias y La Calle, en el caso de los diarios de izquierda entre 1973 y 1974, y aun para La
Opinión, cuyo creador se ufanaba de
tener la fórmula del éxito: de izquierda en cultura, de
centro en política y de derecha en economía. A Jacobo Timerman se la cobraron más tarde, ya que
pudo sobrevivir con un diario
profesional de altísimo nivel pero para los hombres de la
información de la dictadura de Videla era un enemigo peligroso. Por eso, mientras el general Ramón
Camps se ensañaba con él en la cárcel, otros militares intervinieron su diario bajo el
justificativo de que tenía deudas que no podía pagar. Con esa patraña, y con complicidad judicial,
hacia 1977, en vez de cerrarlo
colocaron un interventor en la sociedad anónima y pusieron
al frente a Ramiro de Casasbellas, hasta entonces subdirector del diario. Los
artículos que publicaba La Opinión a partir de
entonces se dividían entre los que pretendían mantener
cierta dignidad liberal, democrática, y los que eran partes de guerra antisubversiva.
En Página/12 ocurrió lo impensable: el sponsor sólo se
reservó para sí el respaldo del proyecto y no se metió en lo periodístico, independizando al diario
de compromisos que terminaran
actuando como salvavidas de plomo.
El Movimiento Todos por la Patria cumplió con su compromiso
inicial y no interfirió en absoluto en la redacción del diario ni en su línea
editorial. Hubo solo un roce conocido, hacia
fines de 1988. Fue cuando el grupo se aprestaba a realizar
el ataque a La Tablada y buscaba que la denuncia de un supuesto golpe de Estado encabezado
por el coronel carapintada
Mohamed Alí Seineldín tuviera buena repercusión periodística
previa. Las denuncias incluían el supuesto apoyo del candidato Carlos Menem -que tiempo antes
había aceptado escribir una
columna en la revista Entre Todos- y el dirigente metalúrgico
Lorenzo Miguel. Jorge Baños, un joven abogado militante de los derechos humanos y dirigente
del MTP encabezaba las
denuncias de prensa.
Las asonadas carapintadas estaban a la orden del día. Al
primer levantamiento dirigido por Aldo Rico en Semana Santa de 1987 siguió el de Monte Caseros
de enero de 1988. En ambos,
el despliegue militar era más escenográfico que de aprestos
al combate. Con ello resultó suficiente para que el gobierno de Alfonsín
retrocediera. Las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida calmaron los ánimos de la oficialidad intermedia responsable
de secuestros, desapariciones, torturas, robos y todo tipo de violaciones a los principios
humanitarios durante la represión.
El levantamiento del 4 de diciembre de 1988 puso en la
escena a Mohamed Alí Seineldín, quien se quería mostrar como un duro al lado de Rico. El ex
agregado militar argentino ante el
gobierno de Panamá se acuarteló en la guarnición de Villa
Martelli, junto al Grupo Albatros formado por comandos de la Prefectura Naval y grupos civiles
militarizados. La rendición a las
tropas legalistas terminó en un baño de sangre en el que
murieron, por balas policiales o disparadas desde el cuartel, siete manifestantes civiles de
los miles que rodeaban el cuartel
alzado; un cronista de Página/12 que cubría el hecho fue
incluso herido de un balazo en la espalda. Las operaciones de inteligencia del Batallón 601
eran moneda corriente en esos días.
Ese episodio carapintada fue el disparador de lo que terminó
en el intento de copamiento de La Tablada, el 23 de enero de 1989. Entre los preparativos
de la acción, el grupo liderado por
Enrique Gorriarán Merlo había decidido difundir la versión
mencionada: un golpe. Algo que tuviera el efecto del Pacto Militar Sindical denunciado por
Alfonsín en las elecciones de 1983.
Esta vez, pese al clima de miedo reinante por las acciones
reales de los carapintadas, la versión que difundía Baños sonaba disparatada. Que Menem estuviera
con Lorenzo Miguel y Seineldín en un golpe de Estado no tenía sentido, ya que el gobierno
de Alfonsín retrocedía a tal velocidad que ningún político experimentado iba a
actuar antes de que la pera cayera madura, por su propio peso.
Baños visitó en los días previos Página/12 para reclamar con
cierta insistencia que les dieran más espacio periodístico pero se encontró con muy poco eco.
El apoyo inicial que había
permitido la salida del diario no alcanzaba. La promesa de
los viejos militantes de no interferir en la línea editorial ni en el rumbo de la empresa llevó a
este resultado. Más aún, los
periodistas de la redacción le dijeron que la denuncia era
un rumor que no se condecía con ninguna otra fuente periodística.
Luego llegó la fallida operación militar, que sorprendió a
mucha gente, incluidos algunos militantes del MTP Al tal punto que el local que la
agrupación tenía en pleno centro abrió sus puertas al día siguiente. En La
Tablada murieron, entre otros, Baños, Provenzano y Claudia, su mujer. Varios de
los atacantes fueron tomados con vida, Provenzano entre ellos, y asesinados a
sangre fría.
Por entonces, Página/12 ya estaba establecido en el mercado
editorial. Esa debe ser quizá la única explicación de por qué el diario continuó saliendo con
toda normalidad. Caben dos o tres
aclaraciones de esta historia que debe tener muchos más
secretos de los que cualquier lector ingenuamente podría pensar. En primer lugar, los servicios
de inteligencia -del Estado y del
Ejército- habían intoxicado de mala información a los
militantes del MTR Esto no releva al grupo guerrillero de la responsabilidad de haber copado un
cuartel en plena democracia, para
espanto de muchos y desconcierto de otros, pero en una
orfandad política absoluta. Esos servicios de inteligencia conocían mucho de la actividad
diaria de los miembros del MTP y, por
supuesto, sabían de la participación inicial de Provenzano
en el diario.
Los periodistas de la derecha ultramontana alimentada con
partes de inteligencia -como de El Informador Público, dirigido por Jesús Iglesias Rouco- se
cansaron de publicar entretelones de
las relaciones del MTP con Página/12. Sin embargo, nadie fue
a cerrar o intervenir el diario. Hubo presiones, de funcionarios radicales sobre todo, pero
no pasaron a mayores. La primera
reacción de Sokolowicz, lógicamente, fue la de intentar
vender el diario. Desde ya, a medida que pasaban los días no había compradores y los lectores de
Página/12 aumentaban.
Por entonces, Elizalde no ocupaba la gerencia general del
diario. Sokolowicz lo había relegado a tareas menores, una gerencia de distribución primero,
luego una de interior. No participaba
en las decisiones y recién fue convocado por el editor
responsable para pedirle que le traspasara la marca del diario que él había inscripto. Nadie
había reparado en que registrar la
marca no era solo una diligencia administrativa hasta que,
un par de años más tarde, Sokolowicz tuvo que pagar una suma importante para poder
tenerla a su nombre.
En los meses posteriores al putch, la fortaleza de la empresa
fue puesta a prueba. No solo porque los servicios explotaban de versiones que vinculaban
a Página/12 con La Tablada. Algo
que nunca podrían probar porque resultaba evidente que no
había existido ningún acompañamiento. El pacto de independencia periodística había
funcionado tan eficazmente que, en su fragmentario balance, los del MTR en vez de hacer
centro en su propia miopía política, señalaron que su soledad estaba vinculada
a que la prensa les había dado la espalda. Para los que entendían el
mensaje, era una manera de llamar traidor a Página.
El nuevo escenario complicó todo. Los problemas económicos
se multiplicaron porque, de una vez y para siempre, había desaparecido el sponsor que le dio
el impulso inicial. En
compensación, quienes tenían a cargo la dirección del diario
sintieron alivio: la fidelidad de sus lectores suplía la carencia de pautas publicitarias capaces
de sostener la operación comercial.
-MEDIO MILLÓN DE DÓLARES -fue la cifra de inversión que dijo
Sokolowicz haber realizado él mismo. Fue al cumplirse el primer aniversario del diario, al
cabo de una reunión protocolar con el presidente Alfon-sín. Contó algunas medias verdades: un
divorcio, una separación de bienes y un sobrante de gananciales derivado al proyecto. Esas
medias verdades, pasados los años, desembocaron en una versión edulcorada cuando la revista
Noticias lo entrevistó a fines de agosto de 2002. La revista publicó "Conoció a Jorge
Lanata y puso todos sus ahorros en la
fundación de Página/12".
Muchos creen en las excentricidades de los mecenas. Una
categoría mítica en el mundo de la cultura y del periodismo. Esa figura sirve para mantener en
elegante silencio los pormenores
de cómo se hacen los emprendimientos. Sin embargo, aun en
estos tiempos de extrema deslegitimación de la política, nadie debiera sorprenderse
de que detrás de la aparición de un
medio de prensa haya siempre, indefectiblemente, un proyecto
político, sea este partidario o no. Siempre fue así: desde La Nación de Bartolomé Mitre para
defender los intereses de la
oligarquía liberal porteña a las ambiciones cesaristas de
Emilio Massera con Convicción.
Los historiadores y otros cientistas sociales suelen
describir también fenómenos como la creación de un medio de prensa orgánico antes de que el
propio partido político exista. En
Página, un movimiento social vigoroso como el de derechos
humanos jugó ese rol mientras la franja de centroizquierda se recomponía.
Desde el inicio muchos sabían del origen del diario y sus
fondos. Pero no les interesaba llevar el tema a ese terreno. Contarse las costillas hubiera sido
peligroso. En Página pesó el cambio y ante todo una historia de austeridad, de sacrificio y de
compromiso con el lector.
En venta
ENERO ES UNO DE ESOS MESES que los periodistas denominan
fiambre, por muerto, en los que no debe pasar nada, al menos informativamente. Se trata
de una creencia de otras
épocas, cuando las vacaciones eran más largas y un derecho
irrenunciable para gran parte de la población. Tiempos en que una carpa en la costa atlántica
alcanzaba a un político para lograr privacidad. Hoy hay tantas pruebas a favor como en contra de
aquella suposición. A fines de diciembre de 1996, por ejemplo, unos policías de Pinamar
mataron por encargo al fotógrafo José Luis Cabezas y fue un enero para recordar. En enero del
2002 Eduardo Duhalde devaluó y pesificó de manera asimétrica; nadie lo olvidará por mucho
tiempo. Aquel enero de 1989 también pintaba tranqui hasta el fatídico 23-E, cuando los
militantes del MTP intentaron copar del cuartel de La Tablada.
Mario Moldován acababa de dejar su puesto de jefe de
política de la agencia DyN para hacerse cargo del área de Prensa del entonces diputado peronista
renovador en campaña Carlos
Grosso. Por eso, no lo sorprendió la llamada de Héctor
Calos, a quien conocía desde los tiempos de la facultad, y a cargo ahora de Vocación, la
agencia de publicidad de Página/12. El
nombre de Grosso sonaba fuerte para ocupar la intendencia
porteña tras el próximo turno electoral de marzo, en el que se descontaba el triunfo
peronista. Moldován supuso que se
trataba de una aproximación de rutina entre la gente de un
medio, siempre necesitado de las pautas publicitarias oficiales, y el equipo del futuro
intendente. Sin embargo, era un pedido
urgente.
-La dirección del diario quiere encontrarse con Grosso para
conversar -dijo Calos, reflejando el clima de catástrofe que se vivía en Página. Moldován
percibió la gravedad del pedido y lo
trasladó a su jefe, que no vaciló en aceptarlo. El jefe del
peronismo porteño acababa de integrarse al triunvirato de conducción de la campaña
presidencial menemista, junto a Julio
Mera Figueroa y Alberto Kohan. Era la más palpable prueba de
que la inminencia de la victoria volvía a abroquelar a peronistas enfrentados.
¿Cuánto podría valer en su estrategia para penetrar el
círculo blindado del riojano el llevarle al medio de prensa opositor por excelencia, al más crítico y
refractario al caudillismo peronista, al
órgano de esa nueva izquierda inteligente, democrática y
divertida?
El departamento con vista a la avenida 9 de Julio de Estela
García, colaboradora por entonces de Moldován, fue el sitio elegido. En los primeros días de
febrero Fernando Sokolowicz,
acompañado del segundo de a bordo de los temas empresarios
del diario, se sentó con Grosso y su equipo de prensa en un encuentro reservado.
Temas de charla no faltaban. Los "servicios"
habían sembrado en esa semana todo tipo de rumores sobre el papel del diario y de sectores del propio
gobierno en la intentona. La
embestida se centraba también sobre el ministro de Interior,
Enrique "Coti" Nosiglia, a quien la derecha peronista y los militares señalaban como el
izquierdista en las entrañas del gobierno
radical. Le adjudicaban el desembarco de cargamentos de
pertrechos cubanos en Punta Lara para armar a sus militantes en caso de golpe, equiparando a
la Coordinadora radical con el
Frente Manuel Rodríguez de Chile. Otras versiones lo señalaban
como el ideólogo de La Tablada con argumentos descabellados: Nosiglia estaba al
tanto del plan del MTP y lo habría
dejado andar. Casi como las jugadas de inteligencia contadas
por John Le Carré. En caso de triunfo los capitalizaría con el descabezamiento de los
núcleos cara-pintadas, y en caso de
derrota no tendría que contabilizar pérdidas propias. En esa
perversa interpretación, a Página le cabía la responsabilidad de la prensa. No importaban los
hechos: ni la cobertura informativa
del asalto ni la actividad de los periodistas y directivos
tuvo relación alguna con los preparativos de La Tablada.
Sin embargo, una de las versiones más inquietantes de esos
días llegó directamente por boca de dos calificados dirigentes peronistas. Y más que un rumor
fue un chisme, referido a la visita
que horas despues de la recaptura del cuartel de La Tablada
hicieron al lugar el jefe del bloque de diputados José Luis Manzano junto a su asesor Juan Carlos "el
Chueco" Mazzón, su jefe cuando ambos militaban en los setenta en Mendoza en el grupo de derecha
peronista Guardia de Hierro.
El propio presidente Alfonsín había visitado ese escenario y
una patética foto que ocupó al día siguiente la portada de todos los diarios lo mostraba
caminando entre escombros todavía
humeantes, rodeado, casi como un rehén, por decenas de
militares armados hasta los dientes, con ropa de campaña y las caras pintadas con betún. Muchos
dirigentes políticos imitaron el
gesto presidencial para dejar clara su posición ante los
mismos militares, colocados por primera vez desde la restauración democrática de 1983 en el
papel de víctima de una agresión
armada y no de victimarios acechantes del sistema político.
Eso mismo hicieron Manzano y Mazzón que, tras la tournée por
el campo de batalla, se jactaron de haber vuelto con un trofeo: un integrante del grupo
atacante en el baúl del coche. Se
trataba de un muchacho que había logrado huir del cuartel
antes de que fuera cercado por las tropas. Refugiado en una casa de un barrio humilde de las
inmediaciones, solo el auto oficial
de los visitantes usado com© escondrijo seguro le permitió
salir de la zona. Lo más interesante: se trataba de un chico que hasta el día anterior
del ataque había trabajado como
cadete en Página/12. Tiempo después, el mismo protagonista
confirmó que su fuga se había realizado de ese modo, aunque no pudo identificar a sus
rescatadores. El episodio, según la
versión del audaz jefe de la bancada peronista de diputados,
colocaría al diario definitivamente en deuda con el peronismo. Acaso la misma especulación de
Grosso al cabo de su charla con el staff directivo de Página.
-No es ningún misterio que algunos muchachos del diario y yo
mismo teníamos una relación de muchos años con Provenzano -blanqueó Sokolowicz apenas el
diálogo comenzó a merodear el impacto de lo ocurrido en la publicación.
-En política todos tenemos relaciones con todos -buscó
desdramatizar Grosso.
-Es cierto. El diario no tuvo nada que ver con este hecho y
vos podes entenderlo. Igual necesitamos ayuda para pasar este momento.
-Si el problema es ese, me parece que todo el mundo lo va a
entender.
-Ocurre que Pancho y su gente nos ayudaron mucho para que el
diario pudiera salir, económicamente digo. Incluso seguían haciéndolo, sin
pedirnos nada -remachó Sokolowicz para que no quedaran dudas acerca de de qué
estaban hablando.
Grosso prometió lo esperable: bregar por la comprensión de
Me-nem en el tema. Su equipo quedó impresionado por lo que les pareció una clara demanda
de protección política. Meses
después, cuando el jefe de los renovadores porteños asumió
la intendencia de la ciudad, su pauta publicitaria con Página/12 permitió concretar tres
proyectos editoriales que inauguraron
un estilo de relación económica entre el diario y los
grandes anunciantes. El mensuario Página/30 se financió en los años venideros con los avisos
garantizados por la Comuna, al igual
que el suplemento semanal Metrópolis, dedicado a abordar
temas ciudadanos. La Ciudad de Buenos Aires garantizó además la publicación de un libro de
regalo con un diario del fin de
semana, mediante el pautado de un aviso propio o de algunas
de sus empresas públicas que se publicaría en la contratapa del producto. En agosto,
Sokolowicz agasajó a Grosso y su gente de prensa con una cena de agradecimiento en su dúplex con vista
al Jardín Botánico.
Con el tiempo, esos espacios fueron cubiertos por otras
grandes empresas de servicios, como la YPF todavía estatal pero ya comandada por el liberal José
Estensoro, segundo interventor
menemista, o el principal contratista del estado porteño en
ese momento, las Sociedades Macri (Socma), encargadas de la recolección de la basura a
través de Manliba. También por
otras privatizadas que tienen por norma distribuir sus
pautas con un criterio de no perder el control total sobre los contenidos que las afecten.
Prefieren operar así aun cuando en estos
tiempos esa protección no siempre funciona porque la verdad
sobre los chanchullos políticos o económicos es un bien del mercado por la que se paga: no los
lectores ávidos sino otras
empresas o políticos desplazados de esos mismos negocios.
También en este rubro, y acaso por la especial insistencia
de Sokolowicz, Página/12 innovó respecto de los diarios de igual perfil ideológico que lo
precedieron. Además del pacto con sus
lectores, su estrategia comercial apuntó a los grandes
anunciantes y no al chiquitaje que, según las elucubraciones históricas de la izquierda, se
correspondía con los aliados económicos
naturales del progresismo político, la burguesía nacional, y
serían sus potenciales avisadores.
La rueda de auxilio publicitaria no fue la única medida para
suplantar los aportes externos cortados. Sokolowicz avanzó en una ronda de contactos que
podían considerarse tentativas de venta por si no alcanzaba con la primera. Los
propios periodistas del diario recogieron en esos días entre sus fuentes una
gran cantidad de versiones. Una de las que corrió más firmemente era la que
indicaba que el Partido Comunista se iba a hacer cargo de la publicación
cubriendo con sus recursos el hueco dejado por el sponsor externo.
La realidad era exactamente al revés: durante los contactos,
Patricio Echegaray admitió su interés por contar con un medio de prensa cotidiano y hasta
hubo una media palabra de
ayudar financieramente a Página para superar el momento.
Pero la decisión de montar su propio diario ya estaba tomada. El matutino Sur apareció
meses después y tuvo escasa vida.
Para ello contó con una inyección reconocida de 7 millones
de dólares en papel de diario donado por la URSS, poco antes de la caída del Muro de
Berlín y apenas un año antes de su
propia disolución.
-Angeloz garantiza un millón de dólares -le dijo Orestes
"el Cura" Gaido, mano derecha del gobernador, a Sokolowicz. Al cabo de varios meses de
tratativas, este sabía que esa era la cifra
final y tendió la mano. Córdoba/12 apareció a fines de 1992
y tuvo una vida efímera pese al despliegue tecnológico y humano. Este incluyó el montaje de
un sofisticado sistema de enlace
satelital en las redacciones porteña y cordobesa. También la
radicación en la provincia, para comandar la edición local, del periodista que había
realizado los primeros contactos y buena
parte de la negociación con sus amigos radicales cordobeses.
Para el angelocismo, desgastado tras ocho años en el poder,
se trataría de una apuesta atractiva como pocas: tener de socio y amigo a un medio de
prensa nacional reputado de
independiente e incorruptible. Para mejor, con un desembolso
mínimo para este tipo de operaciones. Y para el diario, la expansión al mercado del
centro-norte del país con la pauta
publicitaria del gobierno cordobés garantizada. Se habló
incluso del inicio de un modelo de desarrollo análogo al del diario español El País, eterno
candidato a ser comprador de Página
luego de la catástrofe de la Tablada, al menos en el
imaginario de varios de los directivos del diario que se contactaron sucesivamente en Madrid con su
estructura empresaria para
interesarlos en el negocio. Las ta pas del gran matutino
español son confeccionadas en cada región de modo de permitir ediciones diferenciadas pero
aprovechando el despliegue de una edición nacional en el centro administrativo
y económico del país. Se trata de algo relativamente sencillo con las posibili
dades tecnológicas actuales, pero a comienzos de los noventa era toda una
audacia empresarial intentarlo.
El de Córdoba fue el tercer diario editado por Página/12 en
el interior con modelos de asociación política análogos. El diario para La Plata
sucumbió en poco tiempo y de ese impulso
solo subsiste Rosario/12, realizado íntegramente en esa
ciudad y repartido como suplemento de la edición nacional. El acuerdo con los cordobeses, según
algunas versiones, tuvo un
enorme incentivo: el abultado desembolso inicial le permitió
a Sokolowicz cancelar la deuda que el sponsor oculto no tardó en reclamarle apenas pudo
restablecer contactos con el país.
Desaparecida su precaria estructura política luego de La
Tablada, ya no podía ni tenía interés en seguir con el apoyo, pero no por ello renunció a cobrar
la deuda.
Nuevos negocios pasó a ser la fórmula utilizada por
Sokolowicz en esa búsqueda constante de socios que permitiera la definitiva estabilización del
diario tras la salida del sponsor, un hueco
que el ingreso por publicidad nunca logró saldar.
A fines de 1993, y cuando el futuro del producto cordobés se
hizo ya insostenible, volvió nuevamente a mencionarla. Se lo dijo al ex gerente general
Elizalde, al pedirle la entrega de la
marca registrada como paso previo a su desvinculación.
Negocios que, acaso, ya estuvieran a la vista y exigían cambios de figura societaria. Dejaría de
ser una Sociedad de Responsabilidad Limitada y se convertiría en una Sociedad Anónima que, como
su nombre lo indica, permite un manejo más discreto de los socios reales.
La etapa de peligro inminente después de La Tablada había
quedado atrás. El diario tenía un equilibrio de subsistencia pero la búsqueda de un aliado
estratégico no se detuvo. No llegó de la política sino del mundo editorial. Fue
en 1993 y el socio fue Héctor Magnetto, número dos de Clarín. Página/12 quedaba
de la misma vereda del gran diario argentino, alineado en ese momento con
Menem. Hasta hoy, las razones por las cuales Clarín decidió hacerse de un
diarito pujante pero pequeño y ubicado a la izquierda de su registro es algo
rodeado de un misterio que se hizo extensivo a toda la operación. Hay quienes
lo leyeron como parte del posición.) miento político de grupos de prensa en
esos días en torno a la madre de todas las batallas, la posible perpetuación
del menemismo. En sociedad con La Nación, Clarín tomó tiempo después posición
en dos grandes diarios de provincia en dificultades, Los Andes y La Voz del
Interior, a través de la sociedad Cimeco, mientras el Grupo Vila consiguió
meter baza en Ámbito Financiero y en La Capital de Rosario y el Citibank se
convertía en principal acreedor financiero de La Nación, mientras el CEI tomaba
posiciones en diversos diarios del interior. Otros suponen que fue parte de una
estratagema para usarlo eventualmente como oferente para la compra de algún o
algunos canales de televisión de aire, algo tan poco verosímil como que el Comfer menemista le
entregara esa palanca a un vocero ideológico de una fuerza ascendente en ese momento, el
Frepaso. Por último, hay quienes lo ven apenas como un negocio de baja inversión.
La versión más seria, nunca confirmada por Sokolowicz, es
que se pagaron siete millones de dólares -depositados en Suiza a nombre de una empresa de
Sokolowicz con sede en Panamápor la mayoría de las acciones del diario. Como fuere, el
desembarco en la administración de Página/12 del contador Enrique Díaz, un hombre reservado
cuyo aspecto dista de sugerir el enorme poder que representaba, confirmó a mediados de 1994
la rúbrica del acuerdo estratégico tan buscado. Díaz, procedente del Grupo Clarín,
era el hombre de Magnetto y
comenzó a auditar el día a día. Los días viernes se lo veía
salir con unas carpetas de papeles con rumbo desconocido y todos decían que marchaba a ver a
Magnetto.
Luego surgieron otras precisiones. No habría sido una compra
sino un leasing, una suerte de alquiler que permitió que la estructura geren-cial de Página
cobrara por la venta de las
acciones pero retuviera el management. La salida de Jorge
Lanata del diario durante este proceso fue la manifestación más evidente del cambio. Años
después, La-nata dijo que su
retiro fue una actitud de explícita oposición a la venta.
Fiel a su estilo, el creador de Página declaró que su temor por la aparición de condicionamientos a
la independencia periodística se
confirmó cuando comenzó a omitirse su nombre para reescribir
una historia que no era la verdadera. Antes de irse, fue a ver a Magnetto algunas
veces. Solo a hablar de generalidades,
casi como una obligación, según contó Lanata a amigos
cercanos.
La realidad era más compleja. De vivir dentro de la
redacción cuando se fundó Página, Lanata había pasado a un vínculo más espaciado. Cada una de las
disputas internas de poder entre el sector administrativo y el periodístico, un
verdadero clásico de las empresas de prensa, se traducía en largos períodos de
ausentismo.
Ya fuera para realizar un viaje, escribir un libro o lanzar
un programa radial, Lanata estaba cada vez menos. Comenzó así el mito de su inconstancia o hartazgo
con sus propios productos
apenas logra imponerlos.
La disputa se tornó filosófica. ¿Quién era en este caso el
verdadero padre de la criatura? Los administradores, que lograron capear decenas de tormentas
económicas, se adjudicaron
méritos. Lanata, que patentó un nuevo estilo en la prensa
argentina, solo hablaba de los años recorridos en primera persona. Como si el diario hubiera
podido llegar adonde llegó sin ambas
cosas, sin el trabajo de decenas de periodistas trabajando
con la camiseta puesta y con un público fiel que le daba a Página un valor especial: el
diario que rescataba la historia, que
honraba la memoria, que no transigía con el poder. FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario